quarta-feira, 1 de agosto de 2012

João e Maria


Entro no quarto, e desde a porta o vejo deitado ali na cama, tão distraído com seus brinquedos. As bochechas rosadas, a roupa que comprei. Percebe a minha presença, candidamente ri. Faz-me um gesto, creio que me chama para que me aproxime. Deito-me ao seu lado. Estende-me os braços e o pego, o protejo, o cuido. Sinto a felicidade de seu corpo, sua inquietação. Tenho que vestir-me, abro o armário, ele vem engatinhando atrás de mim. Me segura pelas pernas, me chama. Vejo que ele precisa de mim.  
Sentado do lado esquerdo da cama, de frente para o guarda-roupa, com ela em meus braços. Acaricio sua pelezinha, delicada. Os olhinhos quase se fechando, de repente um sorriso. Olho-me no espelho do roupeiro, e a ela também, tão pequenina, tão indefesa. Levanto-me e caminho pelo quarto. Dou a volta na cama e paro em frente à janela, bailando com ela. Olhamos os dois este futuro que nos é desafiador e estimulante. Canto pra ela. Seu corpinho tão leve, a embalo. Contra mim a aperto, um perfume adocicado, fecho os olhos. Abraço-a, beijo-a, admiro-a.
Quando Maria e João se conheceram, foram morar juntos. Eles preencheram alguns espaços dentro do outro. Na sua intimidade, eles brincam de ser aquilo que lhes faltava.

segunda-feira, 7 de maio de 2012

17.520 horas

Cuento para el concurso "Primer Amor" del Metrovías 2012.


Hay horas en que el pensamiento, tal cual un ilusionista, se disfraza de hoja que baila con el viento. Aletea entre diferentes percepciones de la realidad inmediata - impresiones, ruidos, olores; sin embargo, permanece ahí, ensimismado, con el mismo ingenio escondido en el fondo del sombrero de copa. A veces parece que ciertos razonamientos se visten de ellos mismos para que parezcan ajenos.
“Esta mano parece más envejecida que la otra”… “¡cuántas nubes!”… “se va a romper el ala, cómo tiembla”… “che, piloto, ¡¿llegamos esta semana?!. Faltaban cincuenta minutos para aterrizar. Más el tiempo de bajar del avión, pasar por inmigración, agarrar las valijas. Será tal vez una hora y media, pero en realidad son ciento setenta y cinco mil doscientas horas, y una hora y media más.
El verano me hacía sentir libre, vivo. Hasta ese momento, en esa época ninguna sensación era comparable a la de estar en la playa, agua y cielo azul. Pero ella, ella, desde el primer instante fue para mí mucho más que ése y cualquier otro verano abrasador. Estaba ahí, “¿una brasileña rubia de ojos verdes?”. Tenía una risa como la Bossa Nova, tranquila y festiva. Una sonrisa de dientes exhibicionistas. Medio flaquita, pero apretable… y la piel blanca, papel al que yo como su pintor, quisiera dibujar. Su voz era como una ola, y estar ante ella era estar atrapado en este torbellino y quedarse desorientado, ofuscado, sumiso. Su presencia era tan enorme y avasalladora que no cabía en ningún estereotipo, era como si fuera necesario cerrar los ojos para verla.
-            ¿Tenés fuego?
-            Não tenho, eu não fumo. ¿Argentino?
-            Sí, argentino… y no, yo tampoco fumo.
-            Então porque você pergunta?
-            Para escuchar você, sentir más de perto tu voz,  canción de terremoto. 
Me la gané. Estuvimos juntos nada más que siete días y se iba a San Pablo. La llevé a la estación donde se tomaba el micro.
-            Se você quer, pode me visitar – invitándome y a la vez  incendiándome en portugués.

No era preciso que habláramos la misma lengua, teníamos nuestro portuñol particular, idioma de deseo e inquietud. Y reíamos mucho. De mi parte, un acento argentino lleno de desasosiego. De la suya, una melodía disonante que a mí me encantaba: não, coração… pero mucho más coraçãozinho. Y cuando no nos entendíamos, podíamos estar horas intentando descubrir lo que el otro había dicho. Ése era nuestro deporte-sabrosura.
 La besé y le dije:
-            Nos vemos en San Pablo.
Ella se rió, mitad esfinge, mitad cenicienta.

Tres días después la volví a encontrar. Casi sin plata, una semana en Brasil. Con veintidós años no se necesita mucho, la pasión no demanda dinero: tardes en parques, conversaciones en los bancos de las plazas, y lo más valioso era el Sol poniéndose al final del día.
Después cartas, muchas cartas. Ella escribía una por semana, yo cada quince días. Un día,  sin una explicación concreta, el amanecer me asaltó con un desconsuelo terrible y desmedido, con dos preguntas aterradoras y una conclusión brutal: ¿Cuándo volveré a encontrarla? ¡¿Cuándo tendré plata para viajar de nuevo a Brasil?! Esta mujer me va a dejar. Ya no puedo soportar la angustia de vivir esperando que cada carta venga con un mensaje de despedida.
Nuestra distancia era demasiada, ella era mucho para mí, el miedo y la debilidad me vencieron. Yo no podía sostener esa relación. Lo único que encontré fue un amparo infantil y cobarde. Dejé de escribir, desaparecí.
Una carta de ella preocupada por mi ausencia y preguntando si me había pasado algo o si el silencio significaba el fin de nuestra relación. Otra carta, mucho más triste, un poco enojada. Y otra más de puro dolor y corazón roto.
Esta mujer, esta mujer. Soñaba con ella todas las noches. No podía creer que hubiera tenido tanta suerte y al mismo tiempo todo lo contrario.
Dos años después me recibí. Cuatro años después, me casé. La amé, desde los dedos de los pies hasta la punta de los pelos. Tuvimos dos hijos, una casa, un perro, un autito viejo, muchas cenas en familia y un jardín. Se terminaron las cuotas del auto, después las de la casa. El perro se enfermó y murió sin que los chicos pudieran prepararse para su partida. El jardín se fue secando poco a poco. Y lo último fue la familia aterrada en un vacío de sentido.  Yo cada vez más solo, ella también. Era inevitable la separación.
Seguí con mi vida, conociendo gente nueva, pero nadie se infiltraba profundamente en mí. Pensé que era adolescente de vuelta, hasta me hice un facebook. Pero claramente no era un joven, a las tres y media de la mañana me quería ir de las fiestas, y, en el día posterior, tenía resaca como nunca había tenido en mi vida. En mi casa, una noche, de repente, mi inconsciente dominó mis movimientos y los dedos escribieron: Silvia Oliveira dos Santos. Ahí estaba ella, se hizo un clic y la agregué. No podía creerlo, “¡¿Por qué hice esto?!” “¡¿Qué me pasó?!” “¡¿Me volví loco?!”.
La mañana siguiente, salí de la cama prácticamente sin dormir. Entré al facebook: nada. Hoy sí, podía ser un adolescente, podía bailar toda la noche, podía estar ansioso y perderme en mis  anhelos en cualquier conversación que durara más de dos minutos. Hoy yo tenía el relámpago de la juventud en mis ojos.
Volví a casa y, apenas entré, prendí la computadora. Sí, ella me había agregado y estaba conectada. Primero: hola, ¿cómo estás?, ¿cómo anda tu vida? Después de algunos días: ¿con quién vivís?, ¿tenés hijos? Y de ahí en adelante: lo que habíamos tenido juntos, cómo y por qué todo había terminado.  Que yo la quería, y ella me quería. Que yo nunca la había olvidado. Y ella tampoco. Que cuando conté en mi trabajo que me iba a Brasil por una novia del pasado, me decían “ah, ¿Silvia?” y me di cuenta que no había dejado de pensar en ella, ni hablar de ella durante estos años. Que ella me buscó mucho por internet y nunca me encontró. Que yo pensé que ella estaría casada, que ella pensó que yo estaba muerto. Ni muerto yo, ni nunca casada ella. Ni yo había aprendido portugués, ni ella estudiado español. En nuestras vidas nadie y el corazón despejado.
Fueron cuatro semanas y ya nos habíamos enterado del pasado del otro. Después de conversaciones interminables por internet, noches de poco sueño y de muchas ilusiones, ella me dijo:
-            Se você quer, pode me visitar… - nuevamente prendiéndome la chispa.


“Qué este avión no se caiga”, “qué no se atrase”. “No tengo hambre”. “El baño está ocupado”.
Más de ciento setenta y cinco mil horas y estoy llegando. La veo, veinte años después, pero era como si fuera un déjà vu del día en que la vi esperándome en la terminal de San Pablo. La miraba y sentía lo mismo. A cada paso, iba saboreando el reencuentro. Reconocí sus dientes artistas, la piel-nieve un día delineada por mí, su voz de mar salvaje, e íntimamente iba festejando la visión de su actual cuerpo, mucho menos flaquita y mucho más apretable. Pero también sentí un corazón, mi corazón y su corazón, un corazón.
Si hubiera muerto en aquel momento, habría llevado la imagen más precisa de la felicidad jamás vista. Si me hubiera muerto en aquel momento, no sería ahora este hombre contemplativo, adorador de su alma  y su cuerpo desde hace diecisiete mil quinientas veinte horas.  





segunda-feira, 16 de abril de 2012

O Vaso e o Penico



Em todo lar que se preze e que esteja dentro das estatísticas de moradias com saneamento básico, há um vaso sanitário. Muitas vezes, há também um outro objeto que tem mais ou menos a mesma utilidade, o penico. Embora com quase a mesma função, há algumas diferenças entre estes singulares objetos tão importantes que, sem os quais, estaríamos fazendo as necessidades na rua ou no mato.
O vaso sanitário é um objeto costumeiramente usado para urinar e/ou evacuar. Digo costumeiramente, pois é possível que seja usado como banco, no caso de que alguém precise chorar escondido. Nestes casos, é somente ir ao banheiro, e pra não ficar sofrendo em pé, sentar-se no retrete (como é conhecido em Portugal). O vaso sanitário, além de ter este nome composto, também é conhecido como privada ou, vulgarmente, como trono. O termo privada creio que se usa porque quando se está sentado ou diante do mesmo se está em privado, ou seja, a sós (salvo raras exceções dos exibicionistas). Já o vocábulo trono, não poderia afirmar com segurança, pois não são só os reis que fazem cocô, ou melhor, “vão aos pés”. Talvez alguns indivíduos se sintam reis na hora de transformar o abstrato em concreto, no entanto isso derivaria de significações individuais que levariam talvez a má resolução do complexo de Édipo. Interpretações a parte, desafortunadamente contata-se que ainda é um artigo de luxo na casa de muitas pessoas, de modo que nem todos podem ter a oportunidade de sentar-se confortavelmente e ler o jornal, um rótulo de shampoo ou a lista telefônica enquanto “descarregam”. 
Na falta de um alvo e reluzente vaso sanitário, encontramos o também chamado urinol ou bispote, ou tão somente: penico, objeto também destinado a abrigar as nossas “necessidades”. Entretanto, seu lugar de repouso não é no banheiro, e sim embaixo da cama. Geralmente é usado, salvo casos de extrema necessidade, para urinar, já que ninguém se sentiria à vontade de permanecer deitado em uma cama em que sob ela há um penico todo defecado... só de imaginar os maus odores... realmente seria desagradável. Os penicos também possuem, em sua maioria, uma alça, para a hora em que tenhamos que transportá-lo e despejá-lo, não haja a necessidade de pôr as mãos diretamente nele. A alça nos protege de eventuais acidentes como derrubá-lo no chão, na roupa ou mesmo no tapete do quarto ao levantá-lo do chão. Mas para aqueles que têm penicos sem alça, há uma vantagem: no inverno, muitas vezes, enquanto nos dirigimos ao toilette, a urina ainda conserva sua temperatura original e, colocando o bispote bem junto ao corpo, é possível manter-se abrigado do frio. 
Uma vantagem para um, um transtorno para outro: o vaso sanitário, por sua vez, não possui alça, visto que não há necessidade de carregá-lo para lado nenhum, inclusive é ótimo que ele esteja sempre ali para os casos em que alguém chegue apressado para usá-lo. Imagine que transtorno: chegar apertado e não encontrar o vaso ali no seu lugarzinho de sempre... nesse momento teríamos que sair perguntando aos outros por onde anda o vaso sanitário, revelando assim a todos as nossas intenções. Definitivamente, o melhor é que ele não tenha alça, assim nenhum engraçadinho poderia ter a ideia de escondê-lo como forma de brincadeira ou de maldade. 
Os penicos foram criados para as damas e no início tinham a parte da frente mais alta, para que estas não errassem o alvo. Já hoje o que é objeto de preocupação é o fato de os homens não acertarem o alvo, mas isto no vaso sanitário, o que nos mostra que a pontaria nesse momento tao íntimo sempre foi uma questão em voga. E no que concerne a respingos, o penico não é o mais adequado para pessoas que fazem “xixi” mais de uma vez à noite, visto que na segunda vez é possível ver-se gotejado em direção oposta a da gravidade pela quantidade de urina já existente no recipiente. Já no vaso sanitário deveria ser diferente, pois sua altura é maior. Infelizmente percebemos, principalmente as mulheres, que os homens às vezes cometem esses pequenos deslizes ao deixarem o vaso repleto de pequenos globinhos líquidos, levando-nos à reflexão do porque eles não fazem xixi sentados.
Após analisados os dados aqui expostos, utilizando-se de critérios como utilidade e segurança, podemos perceber nitidamente que o vaso se populariza, enquanto que o penico se extingue, virando peça de museu (depois de lavado, é claro). Este último continua sendo usado apenas em hospitais, na casa de quem  desgraçadamente não tem acesso à benfeitorias sociais e nos lares de pessoas muito preguiçosas ou que têm medo do escuro, visto que não querem sair do quarto para urinar ou defecar. Embora não me pareça agradável a idéia de ter um penico embaixo da cama, pior seria ter um vaso sanitário no quarto quando se pensa no barulho que faz a descarga... e a descarga, ah a descarga! Penico, vaso sanitário e descarga, uma indício mais de que a raça humana está em direção ao progresso e que dias melhores virão.

segunda-feira, 26 de março de 2012

Em branco



Jorge saía detrás do balcão da padaria às oito da noite, todos os dias, menos aos domingos, que é o dia do Senhor. Sempre ia a missa e nunca esquecia o dízimo. Sabia de cor alguns trechos do santo livro que eram lidos pelo padre, e os repetia, mesmo perante a dúvida do mistério daquelas palavras. Jorge tinha uma relação de submissão e adoração com as causas. Apesar disso, nunca se questionava de onde vinham e nem no que resultavam as coisas do mundo. Para ele, o antes e o depois eram conceitos tão abstratos que nem sequer deixavam vestígios de sua influência. Jorge não podia entender, ele simplesmente não podia.
Como todos os dias, saiu do trabalho, chegou até a parada de ônibus e encontrou seu amigo de sempre, Ramiro. Discutiram sobre futebol: Jorge do Grêmio, Ramiro do Inter. Em poucas palavras, este convenceu o amigo de que o Inter era melhor. Então porque Jorge não mudava de time? Ele era dessas pessoas que não conseguem alterar o que já está sedimentado, entranhado. Suas cabeças estão cheias de labirintos e, uma vez que uma ideia está instalada, se mimetiza e se esconde. Em tais circunstâncias, não se pode mais encontrá-la, apenas é possível ouvir o seu eco vindo das profundezas da mente. Ela se faz presente, mas não se expõe. Jorge às vezes tentava encontrar algum desses conceitos dissimulados e derramar luz sobre eles, no entanto, tal qual arqueólogo inapto e fracassado, desistia. Então, olhava para o interlocutor e abria um sorriso vazio.
De vez em quando, Jorge cogitava uma solução para suas perturbações. Achava que se tivesse uma família, esposa e filhos, seria um homem que leva adentro tudo quanto se pode conter. Em uma posição singular, encarregado da manutenção de um lar -situação em que a responsabilidade o encontraria sem mais-, teria um motivo para ser mais perseverante. Entretanto, com meramente pensar nesse rascunho de intenção, sentia medo e nojo.
Ramiro afirmou que o amigo estava mais branco hoje, e Jorge teve uma visão dele mesmo nu, subindo aos céus, com uma auréola radiante pairando sobre sua cabeça. Olhou para suas mãos enquanto contava as moedas da passagem e viu suas unhas sujas de farinha. Perdeu a ilusão. Contudo uma imagem permaneceu, a de dois anjos carreando-o. Essa representação converteu-se em um carrossel que gira como pião.
Tomou o ônibus e não mais ouvia os comentários de Ramiro, não mais sentia o incômodo, que tantas vezes o destroçara, de perceber-se em contato físico com outrem. Estava completamente submerso no seu universo onírico e cândido. Durante a viagem, diferentes cenas com a mesma temática se sobrepunham às outras, cada vez mais rápido, e mais rápido, e mais rápido.
Com sofreguidão desceu do ônibus, e, agoniado, saiu correndo. Suando, abriu a porta de casa, a do roupeiro e a tampa da pequena caixa. Tomou a foto em suas mãos, beijou-a desesperadamente, lambeu-a repetidas vezes. E com uma voz que vinha de algum canto recôndito daquele seu caos ensurdecedor, exclamou por não suportar:
- Ah, como é lindo este anjinho!

E a mão alcançou o zíper das calças.

sábado, 28 de janeiro de 2012

Do nascimento e da não-morte de Léo

Uma interpretação da maravilhosa cancão Léo de Milton Nascimento. Uma letra que fala, ao meu ver, de liberdade, de luta e da vida cotidiana. Belíssima!


O nome Léo, provém da palavra leão, do latim leone. Sua imagem está normalmente associada à justiçaà coragem, ao poder e à força. O leão é um dos doze signos do zodíaco e seu símbolo representa  energia concentrada que não se dissipa. O símbolo materializa também a juba do leão, majestoso rei dos animais, e ao mesmo tempo uma coroa, ligação com a realeza. Na mitologia egípcia, era ligado à ressurreição. Também na mitologia alquímica é a divindade que encerra em si os mistérios da morte e do renascimento e representa o rei em sua forma pós-mortal. A cabeça do leão leva o simbolismo de cuidado e vigilância. Seus dentes, eternidade e indestrutibilidade. Imagens de heróis lutando desarmados contra um leão tendem a representar a luta do homem contra si mesmo, seus desejos, paixões e afetos.


Léo - Milton Nascimento
Um pé na soleira e um pé na calçada, um pião
Um passo na estrada e um pulo no mato
Um pedaço de pau
Um pé de sapato e um pé de moleque
Léo

Um pé na soleira e um pé na calçada, nosso dia-a-dia, nosso ir e vir, nossa dúvida em partir ou ficar, sair ou entrar. Um passo na estrada - esse sendeiro que muitas vezes nos assusta -, e logo um pulo no mato, um esconderijo, uma fuga, uma necessidade de proteção e uma defesa risível: um pedaço de pau. Como qualquer pessoa, tem apenas seu próprio instinto como delineador do seu caminho, o qual começará a ser trilhado sem os instrumentos e a experiência necessários: apenas um pé de sapato. E frente à necessidade de desbravar e a precocidade desse desejo, diante da falta, aparece uma fragilidade infantil: um pé de moleque. Ninguém está preparado para sair pro mundo. 

Um pé de moleque e um rabo de saia, um serão
As sombras da praia e o sonho na esteira
Uma alucinação
Uma companheira e um filho no mundo
Léo

A lascívia, um moleque inebriado de desejo, a revelação do corpo do outro, o sexo. Um serão, que tanto pode significar um trabalho noturno, quanto um sarau ou luau, ambas acepções, dentro do contexto, nos levam a pensar em fantasia, em festa dos sentidos. No sonho de verão, uma descoberta e um rito de passagem: a comunhão, o amor, a continuidade e a plantação da semente.
Um filho no mundo e um mundo virado, um irmão
Um livro, um recado, uma eterna viagem
A mala de mão
A cara, a coragem e um plano de voo
Léo

A percepção inevitável da mudança essencial. Um apoio fraternal que compartilha e reitera essa compreensão, confiança depositada naquele que aquiesce. Uma inspiração, a dolorosa partida anunciada em forma de bilhete, a peleja do homem. A viagem requer pouca carga, sinceridade, muita coragem e a utopia de ir mais longe, de desprender-se do cotidiano, de alcançar o céu.
Um plano de voo e um segredo na boca, um ideal
Um bicho na toca e o perigo por perto
Uma pedra, um punhal
Um olho desperto e um olho vazado
Léo

A liberdade na alma, o medo do efeito desse refrão. O temor, a solidão, a certeza do risco, a angústia do pressentimento. Qualquer artifício para proteger com afinco a ilusão de uma carne atacada e machucada. Uma supressão grandiosa - justo a visão! - compensada por um coração atento. 
Um olho vazado e um tempo de guerra, um paiol
Um nome na serra e um nome no muro
A quebrada do sol
Um tiro no escuro e um corpo na lama
Léo

visão parcial, um choro parcial, completamente inoportunos e a tentativa de manter-se na luta armazenando defesa e provisão. Um ser que vai se multiplicando, não só vive onde está, como também através das inúmeras vezes em que seu nome se escreve. É de noite, um disparo, a carne que morre. A lama, ao mesmo tempo que simboliza fracasso e humilhação, representa a matéria primordial e fecunda segundo a tradição bíblica. Unindo terra e água, é o princípio de tudo.
Um nome na lama e um silêncio profundo, um pião
Um filho no mundo e uma atiradeira
Um pedaço de pau
Um pé na soleira e um pé na calçada

Um nome frutífero, maldito e difamado, um pesar, uma confusão de sentidos. Por outro lado, um fruto natural e inocente, com a mesma vontade e a mesma fragilidade. O início está no fim porque todo fim é um novo início, como o homem que morre e nasce na lama. As aspirações de Léo são como o ar, que se espalha e não se pode conter. As ideias apenas se deslocam no espaço, as ideias não morrem nunca.

quinta-feira, 15 de dezembro de 2011

De dibujos imposibles

Yo lloro con canciones, canciones de amor y de lucha. Canciones que vienen del alma, y van y vuelven de un alma a otra. Que se ahondan en mis recuerdos, revuelcan mis sentimientos, dan fuerzas a mis exigencias momentaneas, e explotan en lágrimas en mi cara.
Ya he llorando con muchas canciones. Algunas veces con pena de mí misma. Pero hoy lloré por pena de todo, pena de mí y de la gente. De este trabajo sin fin que es estar sintiendo todo. Lloré por mis amigos, por la gente que yo quiero y lucha conmigo. Por la persona que duerme a mi lado todas las noches, porque no les puedo ofrecer nada mejor que este mundo podrido.
No les puedo dibujar un arcoiris en la basura, no les puedo pintar un paisaje arriba del hambre. No les puedo hacer flotar mas allá de todas las incomprensiones, y brindar claridad a los que los rodean.
No puedo colorear la realidad de nadie, borrar todo el pasado/destino inglorio y feo.
No puedo traerles nada de eso, solo puedo darles la mano, ofrecer mi herida y sugerir que la compartan conmigo.






terça-feira, 13 de dezembro de 2011

Explosão

Agora, aqui mesmo nesse momento, estou sentindo todas as dores do mundo. Todos os ódios, os descasos, as ignorâncias, as crueldades, os preconceitos, tudo está ao mesmo tempo (se sempre esteve), tudo amontoado, tudo de toda a gente, tudo desejando um próximo Big Bang. Uma explosão: Puuuuummmmm, e cada coisa toma o seu lugar. Cada coisa se coloca onde corresponde, se divide, se organiza, e sai como um cometa de mim.
Toda essa dor com gosto de grandeza, toda essa dor com cheiro de infinito. E então? Eu quero simbolizar toda essa bola desnivelada e mutante que aplasta minha alma. Esse novelo mal enrolado, que pouco a pouco se desfaz e só aumenta. Essa engronha, esse bolor, essa podridão que nasce todo o tempo, todo o tempo de todos os tempos. Todo esse mal que emana de dentro dos outros, todo esse esgoto das relações, toda coisa escondida e revelada, toda matéria e todo cartaz.
Toda essa desconsideração e esse mal-trato, esse ignorar sem limite, esse horizonte nefasto, esse futuro fracasso, e toda essa dor. Toda esse impotência e esse inalçancar de tudo, toda essa tentativa desesperada de consertar tudo o que jamais foi. Todos os séculos, todos os bilhões de anos de pura merda e de pura cegueira. Toda essa coisa que se chama vida, toda essa sujeira que se está produzindo e estão por produzir. Evitar? Como chegar no fundo? Como acender a luz? Como começar do princípio e apagar a memória? Por onde começar? Por onde eu começo a deslindar esse emaranhado? Onde quero chegar? Onde está exatamente toda essa angústia moral, esse não-mostrar, esse disfarce, onde começa? Onde termina? Termina? Essa coisa, esse troço, esse coisificação do indefinível. Essa imagem inventada, essa mentira incrivelmente construída de maneira tão claramente mentirosa. Onde está nossa culpa nisso tudo? Isso que mancha e não sai, isso que suja para parecer limpo, essa ignorância falsificada de sinceridade: ah, mas eu acho que sim. Vão pro diabo! “Eu acho que sim?! Porque sim?! Porque sempre foi assim?! Porque assim é melhor?! Vão pro diabo! Vocês sim, que tinham que armazenar com todo esse enxofre, vocês sim que tinham de sentir a invasão avassaladora dessa percepção do compasso de tudo. Vocês sim que tinham que juntar toda essa porcaria que espalham pela plenitude do espaço. Vocês sim que tinham que pagar pelo mal que vem fazendo e pelo bem roubado e vaidosamente, descaradamente e inescrupulosamente usufruído. Que ironia: aquele que destrói é o mesmo que não paga. Que ironia, eu aqui, juntando esses cacos, cortando a pele, rasgando as veias, que ironia eu aqui febril e incossolavelmente sozinha, arrancando os cabelos, espremendo o rosto entre as mãos, roçando a pele, mais e mais e mais e mais e mais. Presa, perdida, com toda essa coisa sem forma nas mãos, na cabeça, no corpo, com todo esse peso do universo inteiro no peito. Um peso sem medida, um peso invisível, uma antematéria, que –eu sei – já deixará de ser etéreo pra expandir, virar forma, conteúdo, conseqüência, sangue. Essa bobagem, a mais séria de todas, mais séria do que as coisas realmente sérias. Toda bobagem, quando levada a sério é mais importante do que qualquer coisa importante. Uma cacaria, um resto, um lixo, uma invenção absurda, uma vanidade e um despretígio. Aos poucos vai se tornando um ente, e se infiltra e fica, e se mostra, e toma conta. E onde se aloja? Por onde sanar?

Esta fala é sem fim e, tal qual o universo, se comprime e se expande. Se alarga e não se dissipa, visto que entende-se que este remorso é injustamente meu.